por
John Kuhner (SALVI)
La
mayoría de los discursos de Cicerón duran en torno a una hora
recitados en voz alta. Pero en la mayoría de las universidades el
estudio de estos suele llevar un semestre completo. ¿Podían acaso
los Romanos comprender una lengua con este nivel de complejidad, en
vivo y en directo?
Estoy
seguro de que no te impresionará que te diga que tanto el estudio
como la pasión por Shakespeare se beneficia en gran medida del hecho
de que las obras de Shakespeare se representen aún. He reflexionado
durante décadas sobre la profundidad de muchos aspectos de Sueño
de una noche de verano -de esto
hablaré
más adelante- pero aún a día de hoy mis más íntimos recuerdos
provienen de cuando lo vi representado en el instituto cuando todavía
era un chico de primer curso. Hubo bastante controversia al respecto.
Un alumno de último año, considerado el mejor de los actores, no
pudo conseguir uno de los románticos papeles protagonistas que tanto
deseaba. En aquel momento yo pensaba que era una vergüenza que se lo
hubiesen negado. Yo por mi naturaleza era más bien un ratón de
biblioteca, y lo admiraba muchísimo -la manera en que podía hacer
cualquier cosa en el escenario, aparentemente sin vergüenza ni
timidez alguna, en tanto que yo me concebía como alguien más bien
mediocre. Mi juventud corta de miras me decía que merecía el papel
con más frases. En cambio le dieron el papel de Lanzadera, sin duda
uno de los personajes inmortales de Shakespeare, y con el que además
encajaba a la perfección. Me imagino que esas noches en el escenario
con diecisiete años deben de ser uno de los mejores recuerdos de un
hombre de mediana edad. Sin duda que para mí es uno de los mejores:
era vanidoso en un sentido trascendente, desvergonzado y
completamente histriónico; y ahora, veinticinco años después, aún
puedo recordar las modulaciones de su voz en aquella representación.
¿Qué
ocurre en cambio con los clásicos grecorromanos? ¿Acaso hay algo
que podamos aprender [con respecto a ellas] de la revelancia cultural
que sigue teniendo Shakespeare? Al menos una vez al año, o casi,
surge la producción de alguna obra de Shakespeare en Nueva York de
obligada visita, además de festivales en torno a él a lo largo de
todo el país. Pero de nosotros, estudiosos de las Clásicas,
¿cuántos hemos visto en directo lecturas de poesía griega o
latina, tal y como sabemos que existían en la antigüedad, y cuántos
nos hemos esforzado lo suficiente para entenderlos de esta manera?
¿Qué hay de la oratoria política? ¿Cuánta gente la ha escuchado
representada? La respuesta es, sin duda, casi nadie. Incluso aunque
nos resultaría difícil imaginar un festival Cicerón en Ashland
(Oregón, E.E. U.U), me apuesto lo que sea a que podríamos aprender
mucho escuchando la voz de los autores clásicos y viéndolos
representados. Todos sabemos que un estudioso de Shakespeare que
nunca haya visto representada una de sus obras estará ignorando un
componente esencial para entender a este autor. Estoy seguro de que
aprenden cosas nuevas sobre sus obras cada vez que las van a ver. Y
esto lo sospecho porque resulta que hace poco escuché -el 7 de Julio
de este año para más señas- entera la tercera Catilinaria de
Cicerón pronunciada en directo en el Foro Romano, y quedé marcado
por lo que aprendí y por el gran efecto que me produjo.
La lectura formaba parte del programa
'Roma' del Instituto de Latín Vivo 'Paideia', y fue recitada por un
grupo de treinta y seis estudiantes -la mayoría estudiantes
universitarios americanos- cada uno de los cuales memorizó y recitó
una parte del discurso. Lo recitaron justo al pie del Templo de la
Concordia, donde fue pronunciado por primera vez 2.078 años atrás,
en la falda de la Colina Capitolina que da al Foro. La lectura tuvo
lugar por la tarde, mientras las sombras se iban deslizando sobre las
ruinas -fue maravilloso escuchar al final de la lectura a Cicerón
hablando de la llegada de la noche, de cómo deberían los ciudadanos
volver a sus casas y vigilar, mientras íbamos notando el frío de la
noche. Tan solo el estar allí, de pie en el Foro escuchando el latín
repicar contra las piedras fue algo de gran valor -aunque extraje de
la experiencia algo más que una atmósfera general.
Lo
primero que me impresionó fue como Cicerón tuvo que arreglárselas
con la gente en su discurso. La tercera Catilinaria es en general una
narratio,
por lo que Cicerón tuvo que presentar a su audiencia una larga lista
de nombres -conspiradores, testigos, los funcionarios policiales que
ayudaban a Cicerón a detener a los conspiradores-, a los cuales
tenía que, de algún modo, transformar en personajes vívidos. Esto
lo realiza sobre todo con el uso de epítetos, es decir, con
"etiquetas" que caracterizan a los personajes, en gran
parte como ocurre en Homero.
Cuando
se oyen los nombres, aparecen de la nada en latín como nombres
desconocidos -probablemente resultaban en cierto modo también poco
familiares a la muchedumbre [del juicio]-, así que Cicerón los
identifica. Así, tenemos sintagmas como Lucium
Flaccum et Gaium Pomptinum praetores, fortissimos atque amantissimos
rei publicae viros.
Es una costumbre bastante corriente en Cicerón a lo largo de todo el
discurso: su descripción está tan vívidamente dibujada que parece
a veces simplemente un apunte para el público que dice "Aplaudir
aquí" o "Abuchear aquí". Pero al contrario que en
nuestros discursos del Estado de la Unión, constantemente
interrumpidos por las reacciones del público, Cicerón parece tener
el propósito de realizar una narración ininterrumpida, de modo que
usa estos apuntes especialmente cuando realiza una transición de un
grupo a otro -de los buenos a los malos y viceversa. Apenas se
necesita saber latín para saber que alguien descrito como atque
horum omnium scelerum inprobissimum machinatorem, Cimbrum Gabinium es
una mala persona, mientras que Gaius
Sulpicius, fortem virum te
hace pensar en los buenos. Era muy sencillo estar allí sentado y
reaccionar como un groundling
al discurso -Cicerón deja bastante claro qué reacción se supone
que has de tener. Muchos escritores actuales miran con desprecio
estos adjetivos precisamente por esta razón -son determinantes más
que ambiguos-, pero para las divisiones claras de la oratoria
política es simplemente una herramienta comunicativa útil.
Otra
cuestión que me sorprendió fue hasta qué punto el discurso está
empapado de religión. Y no me refiero solamente a un par de "Di
immortales!" puestos aquí y allá. Hay toda una sección
dedicada a los Libros Sibilinos acerca del cual la profecía del
tercer Cornelio,
quien
construirá una estatua aún mayor de Júpiter(¡tiene que ser
mayor!), seguido por una reflexión bastante extensa de Cicerón
acerca de
como él mismo creía realmente que el haberse descubierto la
conjuración no podía haber ocurrido sin más: tenía que ser obra
de los dioses.Y estando allí sentado, justo bajo la fachada del
templo de Saturno, parte también del tesoro del estado, escuchando
un discurso que fue realizado para otro templo, acerca de la imagen
de Júpiter perteneciente a su vez otro templo, acerca a su vez de
los libros Sibilinos guardados en otro templo distinto, rodeado por
completo por aún más edificios religiosos, es difícil no
impresionarse ante como la política y la religión romana estaban
entrelazadas. En ocasiones solemos transportar nuestras ideas sobre
la separación de la Iglesia y el Estado al mundo antiguo,
simplemente por costumbre. Pero incluso en los detalles
institucionales, no se puede escapar a la religión en la antigua
Roma. Cicerón habla en su discurso de cesar la preocupación por
ejecutar a Lentulus, pretor y conspirador, porque había renunciado a
su cargo y por tanto no tenía ya inmunidad -pero el término que usa
para la inmunidad de juicio y castigo de los magistrados es religio.
Gibbon creía que Cicerón se había comportado como un cínico
cuando comenzaba a hablar de religión y consideraba que los
magistrados consideraban la religión simplemente útil (para
manipular a la masas, claro). Pero al estar allí, en el Foro, se
tiene la sensación de que incluso a Cicerón estaba confuso -desde
el momento en que la religión era supuestamente el medio y el Estado
el fin- acerca de donde acababa uno y empezaba el otro.
Tengo
también la sensación de haber recibido respuesta, escuchando el
discurso recitado en voz alta, a una pregunta que, creo, muchos
estudiosos de lo clásico se hacen: ¿entendían los romanos
realmente un latín tan difícil sin la ayuda del discurso por
escrito? Parece casi imposible cuando uno lucha incansable para leer
discursos como este en su tercer año de Latín. En algunas clases se
necesitaría un semestre para hacer una de las Catalinarias;
nosotros, en cambio, lo escuchamos entero en una hora.
Y
ahora lo tengo claro: los romanos lo entendían. Yo entendí el 80%
de los que escuché. No todo, claro está, pero lo suficiente como
para convencerme de que los romanos lo hacían sin ningún problema.
Hay partes que no comprendí por la variación en la declamación,
pues no todos memorizaron su parte perfectamente, ni el estilo o la
pronunciación era perfecta tampoco, aunque en general estoy
sorprendido de lo bien que lo hicieron. Otras tampoco las entendí
por desconocer el contexto, que un público antiguo conocería sin
duda. Y por último, algunas partes me resultaron sin más demasiado
difíciles gramaticalmente, sobretodo cuando algunas oraciones
estaban insertas en otras oraciones mayores. Pero en general entendí
el discurso. Me ayudó, qué duda cabe, haberlo leído antes; pero,
para ser sincero, lo leí por última vez en 1993 en el instituto,
hace ya veintitrés años ni más ni menos, y no lo recordaba muy
bien (no tenía ni idea de que los Libros Sibilinos tuviesen tanto
peso o que hubiese tanta religión... ¿quizá nuestro profesor lo
obvió?). Además, hay seis partes (I-VI) que conozco por haber
ayudado a estudiante preuniversitarios con ellas. Pero en realidad
entendí mucho mejor estas partes cuando tuve el contexto general del
discurso, que me ayudó, lo cual me ayudó mucho más que repasar el
latín en clase.
Esto
nos lleva al hecho básico, que sigue dejando en evidencia todos
nuestros esfuerzos como profesores e investigadores, de que los
romanos se sentaban alrededor del Foro, tomando lirones y garum, y
entendían a Cicerón en una hora lo que a nuestros alumnos les lleva
dos o tres meses trabajando en clase. Y del Foro vengo con la
siguiente certeza: podemos educar a gente que entienda realmente el
latín, pero para ello hemos de cambiar nuestros métodos. Wheelock
no lo va a hacer por nosotros. En el último párrafo, lector, te
puse a prueba; veamos si la has pasado: ¿encontraste en el último
párrafo una frase completamente ridícula y extraña que solo le
parecería normal a un estudioso de las Clásicas? ¿Es esa frase la
siguiente: "acaso entendían de verdad los romanos un latín tan
difícil sin la ayuda de tenerlo por escrito"? Esta frase es
realmente ingenua. Nuestro cerebro está programado para el lenguaje;
solo secundariamente es capaz de leer y escribir, el poder de
procesar de nuestro cerebro es mucho más fuerte en el lenguaje
hablado y oído. Si no me crees, compruébalo: pon a prueba un grupo
de estudiantes haciéndoles trabajar una obra de Shakespeare que
nunca han visto. Dales tres horas para prepararlo, y permite a una
mitad ver la obra; a la otra mitad solamente un texto. Todos sabemos
cuál de los grupos va a entender mejor la obra. Verla representada
da muchas indicaciones que la mera visión del texto no ofrece -el
tono, la inflexión, el gesto, el movimiento, el ritmo, etc. Este
lenguaje de gestos apenas lo podemos reproducir con la puntuación
-piensa ahora en lo difícil que sería el lenguaje escrito sin
puntuación- pero la representación es en cualquier caso la mejor
manera de aprovechar el tiempo.
Y
mientras más lo haces, mejor lo entiendes. Yo podía entender el 80%
del discurso de Cicerón porque había hablado y escuchado mucho
latín antes. No empecé así. Yo leí a Cicerón primero con el
método gramática-traducción en el instituto, trabajando duro
durante toda la obra, mirando cada palabra, decodificándolas cuando
las encontraba. Cuando hice esto, nunca había tenido ni una sola
conversación en latín, ni siquiera una sencilla. Ahora, más de
veinte años después, he participado con esfuerzo probablemente
durante dos o tres mil horas en conversaciones en latín, durante las
cuales mi capacidad de entender latín ha medrado tanto que puedo
hacer en una hora lo que suele llevar la mitad de un semestre en la
universidad. Pero no nos engañemos: Cicerón y cada uno de los
miembros del público habían escuchado 3.000 horas de latín antes
de llegar a los seis meses de edad. Su latín era mucho mejor.
El
nuestro es tan malo porque hemos estado haciendo las cosas del revés.
De hecho, quiero volver a las profundidades de Shakespeare y de
Lanzadera, que hace las cosas del revés mejor que nadie. ¿Recuerdas,
lector, el pasaje en el que despierta de su sueño?:
Me
ha parecido que era ... nadie en el mundo podrá decir qué. Me ha
parecido que tenía ...pero fuera un arlequín el hombre que tuviera
la pretensión de explicar lo que me ha parecido que tenía. Los ojos
del hombre no han oído, ni los oídos del hombre han visto, ni la
mano del hombre podrá gustar, ni su lengua concebir, ni su corazón
expresar lo que era mi sueño. He de hacer que Pedro Cartabón
componga una balada sobre este sueño.
¿No
es acaso esto lo que pedimos a nuestros estudiantes? ¿No son los
estudiosos de lo clásico el sueño de Lanzadera? Pedimos a sus ojos
que escuchen a Cicerón, a su orejas que lo vean. Luego, cuando sus
manos no son capaces de sentir el sabor, ni sus lenguas de concebir,
ni sus corazones capaces de expresar a Cicerón, pediremos la opinión
de expertos en el mundo clásico. La filología es la balada de Pedro
Cartabón.
Pero
el cambio está en marcha, y yo me he transformado en un
laudator temporis futuri.
[Esta es] nuestra misión en SALVI, el Instituto Norteamericano de
Estudios de Latín Vivo, cuya misión es promover metodos activos de
Latín, y en este corto espacio de tiempo he quedado perplejo ante
las ansias de latín y griego 'vivo' que está proliferando a lo
largo del país. Nos está resultado difícil programar una respuesta
para tan gran demanda: este año tendremos tres rusticationes,
y al menos dos o más bidua.
A la vez también estamos comenzado a cooperar con el instituto
Paidea -de ahí mi viaje a Roma con ellos- cuyos fundadores merecen
un meritorio reconocimiento por haber puesto sobre la mesa las
lenguas, trayendo a Cicerón de nuevo al Foro, y a Plauto al puerto
de Ostia, y a Horacio y Safo al auditorio de los jardínes de
Mecenas, entre otras muchas cosas. Es algo que resulta emocionante:
ya puedo ver cuánta gente joven está mucho mejor preparada que yo a
su edad por haber practicado el latín hablar, escuchando y
representándolo. Hay mucho por hacer. Pero cada vez más gente, a su
vez, está siendo capaz de hacerlo. Y si esto llega a la región
donde vives, no pierdas la oportunidad: te prometo que mientras más
practiques, más entenderás, y más convencido estarás. Ya no será
más simplemente ese 'latín' (o griego) abstracto que hasta ahora
fue para ti.