sábado, 19 de noviembre de 2016

¿Entendían los romanos, en vivo y en directo, a Cicerón?

por John Kuhner (SALVI)1



La mayoría de los discursos de Cicerón duran en torno a una hora recitados en voz alta. Pero en la mayoría de las universidades el estudio de estos suele llevar un semestre completo. ¿Podían acaso los Romanos comprender una lengua con este nivel de complejidad, en vivo y en directo?


Estoy seguro de que no te impresionará que te diga que tanto el estudio como la pasión por Shakespeare se beneficia en gran medida del hecho de que las obras de Shakespeare se representen aún. He reflexionado durante décadas sobre la profundidad de muchos aspectos de Sueño de una noche de verano -de esto hablaré más adelante- pero aún a día de hoy mis más íntimos recuerdos provienen de cuando lo vi representado en el instituto cuando todavía era un chico de primer curso. Hubo bastante controversia al respecto. Un alumno de último año, considerado el mejor de los actores, no pudo conseguir uno de los románticos papeles protagonistas que tanto deseaba. En aquel momento yo pensaba que era una vergüenza que se lo hubiesen negado. Yo por mi naturaleza era más bien un ratón de biblioteca, y lo admiraba muchísimo -la manera en que podía hacer cualquier cosa en el escenario, aparentemente sin vergüenza ni timidez alguna, en tanto que yo me concebía como alguien más bien mediocre. Mi juventud corta de miras me decía que merecía el papel con más frases. En cambio le dieron el papel de Lanzadera, sin duda uno de los personajes inmortales de Shakespeare, y con el que además encajaba a la perfección. Me imagino que esas noches en el escenario con diecisiete años deben de ser uno de los mejores recuerdos de un hombre de mediana edad. Sin duda que para mí es uno de los mejores: era vanidoso en un sentido trascendente, desvergonzado y completamente histriónico; y ahora, veinticinco años después, aún puedo recordar las modulaciones de su voz en aquella representación.

¿Qué ocurre en cambio con los clásicos grecorromanos? ¿Acaso hay algo que podamos aprender [con respecto a ellas] de la revelancia cultural que sigue teniendo Shakespeare? Al menos una vez al año, o casi, surge la producción de alguna obra de Shakespeare en Nueva York de obligada visita, además de festivales en torno a él a lo largo de todo el país. Pero de nosotros, estudiosos de las Clásicas, ¿cuántos hemos visto en directo lecturas de poesía griega o latina, tal y como sabemos que existían en la antigüedad, y cuántos nos hemos esforzado lo suficiente para entenderlos de esta manera? ¿Qué hay de la oratoria política? ¿Cuánta gente la ha escuchado representada? La respuesta es, sin duda, casi nadie. Incluso aunque nos resultaría difícil imaginar un festival Cicerón en Ashland (Oregón, E.E. U.U), me apuesto lo que sea a que podríamos aprender mucho escuchando la voz de los autores clásicos y viéndolos representados. Todos sabemos que un estudioso de Shakespeare que nunca haya visto representada una de sus obras estará ignorando un componente esencial para entender a este autor. Estoy seguro de que aprenden cosas nuevas sobre sus obras cada vez que las van a ver. Y esto lo sospecho porque resulta que hace poco escuché -el 7 de Julio de este año para más señas- entera la tercera Catilinaria de Cicerón pronunciada en directo en el Foro Romano, y quedé marcado por lo que aprendí y por el gran efecto que me produjo.

La lectura formaba parte del programa 'Roma' del Instituto de Latín Vivo 'Paideia', y fue recitada por un grupo de treinta y seis estudiantes -la mayoría estudiantes universitarios americanos- cada uno de los cuales memorizó y recitó una parte del discurso. Lo recitaron justo al pie del Templo de la Concordia, donde fue pronunciado por primera vez 2.078 años atrás, en la falda de la Colina Capitolina que da al Foro. La lectura tuvo lugar por la tarde, mientras las sombras se iban deslizando sobre las ruinas -fue maravilloso escuchar al final de la lectura a Cicerón hablando de la llegada de la noche, de cómo deberían los ciudadanos volver a sus casas y vigilar, mientras íbamos notando el frío de la noche. Tan solo el estar allí, de pie en el Foro escuchando el latín repicar contra las piedras fue algo de gran valor -aunque extraje de la experiencia algo más que una atmósfera general.

Lo primero que me impresionó fue como Cicerón tuvo que arreglárselas con la gente en su discurso. La tercera Catilinaria es en general una narratio, por lo que Cicerón tuvo que presentar a su audiencia una larga lista de nombres -conspiradores, testigos, los funcionarios policiales que ayudaban a Cicerón a detener a los conspiradores-, a los cuales tenía que, de algún modo, transformar en personajes vívidos. Esto lo realiza sobre todo con el uso de epítetos, es decir, con "etiquetas" que caracterizan a los personajes, en gran parte como ocurre en Homero.

Cuando se oyen los nombres, aparecen de la nada en latín como nombres desconocidos -probablemente resultaban en cierto modo también poco familiares a la muchedumbre [del juicio]-, así que Cicerón los identifica. Así, tenemos sintagmas como Lucium Flaccum et Gaium Pomptinum praetores, fortissimos atque amantissimos rei publicae viros. Es una costumbre bastante corriente en Cicerón a lo largo de todo el discurso: su descripción está tan vívidamente dibujada que parece a veces simplemente un apunte para el público que dice "Aplaudir aquí" o "Abuchear aquí". Pero al contrario que en nuestros discursos del Estado de la Unión, constantemente interrumpidos por las reacciones del público, Cicerón parece tener el propósito de realizar una narración ininterrumpida, de modo que usa estos apuntes especialmente cuando realiza una transición de un grupo a otro -de los buenos a los malos y viceversa. Apenas se necesita saber latín para saber que alguien descrito como atque horum omnium scelerum inprobissimum machinatorem, Cimbrum Gabinium es una mala persona, mientras que Gaius Sulpicius, fortem virum te hace pensar en los buenos. Era muy sencillo estar allí sentado y reaccionar como un groundling2 al discurso -Cicerón deja bastante claro qué reacción se supone que has de tener. Muchos escritores actuales miran con desprecio estos adjetivos precisamente por esta razón -son determinantes más que ambiguos-, pero para las divisiones claras de la oratoria política es simplemente una herramienta comunicativa útil.

Otra cuestión que me sorprendió fue hasta qué punto el discurso está empapado de religión. Y no me refiero solamente a un par de "Di immortales!" puestos aquí y allá. Hay toda una sección dedicada a los Libros Sibilinos acerca del cual la profecía del tercer Cornelio, quien construirá una estatua aún mayor de Júpiter(¡tiene que ser mayor!), seguido por una reflexión bastante extensa de Cicerón acerca de como él mismo creía realmente que el haberse descubierto la conjuración no podía haber ocurrido sin más: tenía que ser obra de los dioses.Y estando allí sentado, justo bajo la fachada del templo de Saturno, parte también del tesoro del estado, escuchando un discurso que fue realizado para otro templo, acerca de la imagen de Júpiter perteneciente a su vez otro templo, acerca a su vez de los libros Sibilinos guardados en otro templo distinto, rodeado por completo por aún más edificios religiosos, es difícil no impresionarse ante como la política y la religión romana estaban entrelazadas. En ocasiones solemos transportar nuestras ideas sobre la separación de la Iglesia y el Estado al mundo antiguo, simplemente por costumbre. Pero incluso en los detalles institucionales, no se puede escapar a la religión en la antigua Roma. Cicerón habla en su discurso de cesar la preocupación por ejecutar a Lentulus, pretor y conspirador, porque había renunciado a su cargo y por tanto no tenía ya inmunidad -pero el término que usa para la inmunidad de juicio y castigo de los magistrados es religio. Gibbon creía que Cicerón se había comportado como un cínico cuando comenzaba a hablar de religión y consideraba que los magistrados consideraban la religión simplemente útil (para manipular a la masas, claro). Pero al estar allí, en el Foro, se tiene la sensación de que incluso a Cicerón estaba confuso -desde el momento en que la religión era supuestamente el medio y el Estado el fin- acerca de donde acababa uno y empezaba el otro.

Tengo también la sensación de haber recibido respuesta, escuchando el discurso recitado en voz alta, a una pregunta que, creo, muchos estudiosos de lo clásico se hacen: ¿entendían los romanos realmente un latín tan difícil sin la ayuda del discurso por escrito? Parece casi imposible cuando uno lucha incansable para leer discursos como este en su tercer año de Latín. En algunas clases se necesitaría un semestre para hacer una de las Catalinarias; nosotros, en cambio, lo escuchamos entero en una hora.

Y ahora lo tengo claro: los romanos lo entendían. Yo entendí el 80% de los que escuché. No todo, claro está, pero lo suficiente como para convencerme de que los romanos lo hacían sin ningún problema. Hay partes que no comprendí por la variación en la declamación, pues no todos memorizaron su parte perfectamente, ni el estilo o la pronunciación era perfecta tampoco, aunque en general estoy sorprendido de lo bien que lo hicieron. Otras tampoco las entendí por desconocer el contexto, que un público antiguo conocería sin duda. Y por último, algunas partes me resultaron sin más demasiado difíciles gramaticalmente, sobretodo cuando algunas oraciones estaban insertas en otras oraciones mayores. Pero en general entendí el discurso. Me ayudó, qué duda cabe, haberlo leído antes; pero, para ser sincero, lo leí por última vez en 1993 en el instituto, hace ya veintitrés años ni más ni menos, y no lo recordaba muy bien (no tenía ni idea de que los Libros Sibilinos tuviesen tanto peso o que hubiese tanta religión... ¿quizá nuestro profesor lo obvió?). Además, hay seis partes (I-VI) que conozco por haber ayudado a estudiante preuniversitarios con ellas. Pero en realidad entendí mucho mejor estas partes cuando tuve el contexto general del discurso, que me ayudó, lo cual me ayudó mucho más que repasar el latín en clase.

Esto nos lleva al hecho básico, que sigue dejando en evidencia todos nuestros esfuerzos como profesores e investigadores, de que los romanos se sentaban alrededor del Foro, tomando lirones y garum, y entendían a Cicerón en una hora lo que a nuestros alumnos les lleva dos o tres meses trabajando en clase. Y del Foro vengo con la siguiente certeza: podemos educar a gente que entienda realmente el latín, pero para ello hemos de cambiar nuestros métodos. Wheelock no lo va a hacer por nosotros. En el último párrafo, lector, te puse a prueba; veamos si la has pasado: ¿encontraste en el último párrafo una frase completamente ridícula y extraña que solo le parecería normal a un estudioso de las Clásicas? ¿Es esa frase la siguiente: "acaso entendían de verdad los romanos un latín tan difícil sin la ayuda de tenerlo por escrito"? Esta frase es realmente ingenua. Nuestro cerebro está programado para el lenguaje; solo secundariamente es capaz de leer y escribir, el poder de procesar de nuestro cerebro es mucho más fuerte en el lenguaje hablado y oído. Si no me crees, compruébalo: pon a prueba un grupo de estudiantes haciéndoles trabajar una obra de Shakespeare que nunca han visto. Dales tres horas para prepararlo, y permite a una mitad ver la obra; a la otra mitad solamente un texto. Todos sabemos cuál de los grupos va a entender mejor la obra. Verla representada da muchas indicaciones que la mera visión del texto no ofrece -el tono, la inflexión, el gesto, el movimiento, el ritmo, etc. Este lenguaje de gestos apenas lo podemos reproducir con la puntuación -piensa ahora en lo difícil que sería el lenguaje escrito sin puntuación- pero la representación es en cualquier caso la mejor manera de aprovechar el tiempo.

Y mientras más lo haces, mejor lo entiendes. Yo podía entender el 80% del discurso de Cicerón porque había hablado y escuchado mucho latín antes. No empecé así. Yo leí a Cicerón primero con el método gramática-traducción en el instituto, trabajando duro durante toda la obra, mirando cada palabra, decodificándolas cuando las encontraba. Cuando hice esto, nunca había tenido ni una sola conversación en latín, ni siquiera una sencilla. Ahora, más de veinte años después, he participado con esfuerzo probablemente durante dos o tres mil horas en conversaciones en latín, durante las cuales mi capacidad de entender latín ha medrado tanto que puedo hacer en una hora lo que suele llevar la mitad de un semestre en la universidad. Pero no nos engañemos: Cicerón y cada uno de los miembros del público habían escuchado 3.000 horas de latín antes de llegar a los seis meses de edad. Su latín era mucho mejor.

El nuestro es tan malo porque hemos estado haciendo las cosas del revés. De hecho, quiero volver a las profundidades de Shakespeare y de Lanzadera, que hace las cosas del revés mejor que nadie. ¿Recuerdas, lector, el pasaje en el que despierta de su sueño?:

Me ha parecido que era ... nadie en el mundo podrá decir qué. Me ha parecido que tenía ...pero fuera un arlequín el hombre que tuviera la pretensión de explicar lo que me ha parecido que tenía. Los ojos del hombre no han oído, ni los oídos del hombre han visto, ni la mano del hombre podrá gustar, ni su lengua concebir, ni su corazón expresar lo que era mi sueño. He de hacer que Pedro Cartabón componga una balada sobre este sueño.3

¿No es acaso esto lo que pedimos a nuestros estudiantes? ¿No son los estudiosos de lo clásico el sueño de Lanzadera? Pedimos a sus ojos que escuchen a Cicerón, a su orejas que lo vean. Luego, cuando sus manos no son capaces de sentir el sabor, ni sus lenguas de concebir, ni sus corazones capaces de expresar a Cicerón, pediremos la opinión de expertos en el mundo clásico. La filología es la balada de Pedro Cartabón.

Pero el cambio está en marcha, y yo me he transformado en un laudator temporis futuri. [Esta es] nuestra misión en SALVI, el Instituto Norteamericano de Estudios de Latín Vivo, cuya misión es promover metodos activos de Latín, y en este corto espacio de tiempo he quedado perplejo ante las ansias de latín y griego 'vivo' que está proliferando a lo largo del país. Nos está resultado difícil programar una respuesta para tan gran demanda: este año tendremos tres rusticationes, y al menos dos o más bidua. A la vez también estamos comenzado a cooperar con el instituto Paidea -de ahí mi viaje a Roma con ellos- cuyos fundadores merecen un meritorio reconocimiento por haber puesto sobre la mesa las lenguas, trayendo a Cicerón de nuevo al Foro, y a Plauto al puerto de Ostia, y a Horacio y Safo al auditorio de los jardínes de Mecenas, entre otras muchas cosas. Es algo que resulta emocionante: ya puedo ver cuánta gente joven está mucho mejor preparada que yo a su edad por haber practicado el latín hablar, escuchando y representándolo. Hay mucho por hacer. Pero cada vez más gente, a su vez, está siendo capaz de hacerlo. Y si esto llega a la región donde vives, no pierdas la oportunidad: te prometo que mientras más practiques, más entenderás, y más convencido estarás. Ya no será más simplemente ese 'latín' (o griego) abstracto que hasta ahora fue para ti.

1Traducción del artículo "Did the Romans Really Understand Cicero? Live, in real time?" del susodicho autor: http://latin.org/wordpress/from-the-presidents-corner-did-the-romans-really-understand-cicero-live-in-real-time/ [Consultado el 18/11/16 10:49]
2Un groundling era una persona que visitaba con frecuencia el teatro The Globe (Londres) a comienzo del s. XVII y que era demasiado pobre como para pagar un asiento en alguno de los tres niveles del teatro. Eran conocidos por su mal comportamiento: se cree por lo general que lanzaban comida, tales como fruta o nueces, a los actores que no les gustaban, aunque de esto no hay evidencia ( [https://en.wikipedia.org/wiki/Groundling]).
3Traducción de Chantal López y Omar Cortés en http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/literatura/verano/indice.html



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